Es Thomas Müller el hombre de las pesadillas. El que todavía se aparece en Brasil, víctima del 1-7 en la Copa del Mundo, y ahora también en Barcelona, consumado un histórico y papelonezco 2-8 en contra del equipo catalán. Este alemán de 30 años no parece ser el más habilidoso, rápido ni fuerte, pero es la cara de la excelencia del Bayern Munich. Hizo el primero en el Mundial y también abrió el camino de este impensado partido de cuartos de Champions.
A priori, era el Bayern Munich el favorito en este cruce, pero la diferencia fue tal que cualquier análisis se hace bolsa contra el pavimento. Los alemanes arrasaron al Barcelona. Lo bailaron, sometieron, lastimaron. No le perdonaron ni una. Si hasta Coutinho, quien se fue del club por bajos rendimientos, se tomó venganza pegándole los últimos dos cachetazos de la negra noche de Lisboa.
De arranque nomás quedó claro que el partido se jugaba en dos velocidades totalmente diferentes. Mientras el Bayern era el mejor auto alemán, a toda velocidad y cómodo andar, los catalanes parecían a tracción a sangre. Ni el ingreso de Vidal por Griezmann, para tener un volante más, pudo contenerlo. En cada subida, Davies y Kimmich terminaban de extremos, y dentro del área del Barsa se culminaban las jugadas con Lewandowski, Müller, Gnabry y Perisic. Thiago, a todo esto, manejaba los hilos en la mitad de cancha. Fue baile. El paso del tiempo dejó expuestos a Piqué y Sergio Busquets, que salieron en las fotos de casi todos los goles. Todo muy fácil para el Bayern, una potencia arrolladora que parece destinada a ganar la Champions, y que podría haberle hecho 12 ó 13 a un equipo que se preveía no tan endeble.
Tan perfecto fue todo que Messi pareció humano. Fue Davies, el moreno lateral izquierdo, el que copió sus jugadas. El 10, totalmente desbordado, hizo lo que pudo en un equipo que hace rato dejó de estar a su altura.
Un tiro en el palo, dos jugadas que casi terminan en gol y poquito más. No merece Leo, el mejor del mundo, ser parte de un equipo oxidado y sin un técnico de élite. Quedó expuesto ante una verdadera potencia. Humillado por ser el capitán de un grupo que hizo un papelón en la Champions.
Los goles, los ocho goles, fueron de todos los colores. Pero con un denominador común. El toque, la rotación de posiciones y superioridad numérica. No fueron fuera de contexto como los del Barsa (uno en contra y otro golazo de Suárez). Todos fueron producto de una manufactura artesanal, de un equipo con sangre campeona del mundo. Para disfrutar y aplaudir.