Christiaan Neethling Barnard nació el 8 de noviembre de 1922 en la población de Beaufort West, Sudáfrica, hijo de un misionero de la iglesia Reformada de Holanda. El padre tenía escasos ingresos pero, dada su posición social como miembro de la iglesia y los privilegios que le otorgaba su cargo, pudo dar una buena educación a su prole: cuatro hijos, uno de los cuales murió a los cinco años de una enfermedad cardíaca, lo que quizás impulsó a Christian a dedicar su atención a este campo.
El futuro doctor Barnard asistió a renombradas escuelas privadas de su localidad natal y después cursó medicina en la Universidad de El Cabo, donde se graduó en 1953. Empezó su carrera como médico cirujano general en el hospital Groote Schuur, de Ciudad del Cabo, donde su hermano mayor Marius era jefe del equipo de trasplantes.
En 1955 obtuvo una beca para ingresar en la Universidad estadounidense de Minnesota, donde en 1958 obtuvo el título de doctor especialista en cardiología. Allí fue alumno aventajado del prestigioso doctor Owen H. Wangesteen, que le introdujo en la ciencia cardiovascular, mientras que el doctor Shumway le familiarizó con la técnica de trasplantes de corazón en animales, por lo que, a su regreso de Estados Unidos, empezó a practicar durante varios años con perros. En 1962 fue nombrado jefe de cirugía torácica del hospital Groote Schuur, donde ya había ejercido antes de doctorarse.
Una noticia esperanzadora
Los trasplantes de órganos no eran una novedad en aquel momento. El primer trasplante renal lo realizó el doctor Varony en 1936. En 1953, Hardy realizó el primer trasplante de pulmón a un paciente afecto de cáncer, y en 1954 Murray logró trasplantar con éxito los riñones de dos gemelos, realizando en 1967 un triple trasplante de riñón, páncreas y duodeno. En 1964, el mencionado Hardy trasplantó el corazón de un chimpancé a un hombre, que falleció al cabo de una hora por el menor volumen del órgano del simio.
Pero el 3 de diciembre de 1967, una noticia que recogieron todos los teletipos asombró al mundo: un médico sudafricano había realizado el primer trasplante de corazón a un ser humano. El receptor fue Louis Washkansky, comerciante, hombre corpulento y optimista de cincuenta y seis años, desahuciado por un irreversible problema cardíaco, al que se unía una diabetes aguda. La donante, Dénise Darvall, una joven oficinista de veinticinco años atropellada junto a su madre por un automóvil.
La operación, llevada a cabo por un equipo de veinte cirujanos bajo la dirección de Barnard, duró seis horas. Al despertarse, Washkansky declaró que se sentía mucho mejor con el nuevo corazón. Médico y paciente salieron catapultados hacia la fama, aunque dieciocho días después, la madrugada del 21 de diciembre, el paciente murió de una neumonía.
A pesar de ello, tras este hito en la historia de la medicina, empezaron a lloverle a Barnard los honores y las distinciones de todo tipo, convirtiéndose en el personaje más popular del momento. Se lanzó a la vida mundana y se fotografió con las actrices más famosas de la época. Las especulaciones sobre innumerables flirts dieron tema a la prensa amarilla, sin que a él pareciera preocuparle en exceso su imagen de play-boy mundial.
El segundo trasplante
El 2 de enero de 1968 realizó el segundo trasplante. Esta vez el receptor fue el doctor Philip Blaiberg, y el donante, el mulato Clive Haupt. El corazón de un negro latió durante 563 días en el cuerpo de un blanco. A partir de aquel momento, en medio de una polémica que no cesaba respecto a la bioética de tales intervenciones (¿está muerto el que no respira pero su corazón late?), los pacientes fueron ganando expectativas de vida, gracias a los fármacos inmunosupresores como la ciclosperina.
En 1970 se divorció de su primera esposa, Louwtjie, que le había dado dos hijos: André, que se suicidaría en 1984 a causa de la separación de sus padres (según diagnóstico de su psiquiatra y apreciación del propio progenitor), y Deirdre. Aquel mismo año se casó con la rica heredera Barbara Zoellner, de diecinueve años, hija del multimillonario alemán Frederick Zoellner, afincado en Johannesburgo y conocido como el «rey del acero».
En 1974 realizó por primera vez en el mundo un doble trasplante de corazón, que consistió en añadir un corazón más sano a otro enfermo para ayudarle a cumplir las funciones del que ya tenía. Pero sus experimentos en el quirófano terminarían, tarde o temprano, en fracaso. En 1975, cuando empezaba a declinar su fama, visitó España para presentar su libro Tensión, y a su nueva esposa (que le había dado dos hijos, Frederick y Christian), con el propósito de no perder un ápice de popularidad en la cuenca mediterránea, donde era más adulado. Continuó realizando trasplantes de corazón. En 1979, sin embargo, se negó a participar en una operación de trasplante de cabeza humana por encontrar la idea impracticable y, «probablemente, inmoral». Esta afirmación le salvaguardó el honor.
Fin del ejercicio de la profesión
En 1981, año en que promocionaba su libro La máquina del cuerpo, la artritis que padecía desde 1956 se agravó hasta impedirle el ejercicio de su profesión sin graves riesgos para el paciente. También en los años ochenta, su esposa Barbara puso fin a su matrimonio y se casó posteriormente con un hombre de negocios portugués. Barnard intentó rehacer su vida con la modelo Evelyn Entleder, de veinticuatro años, quien lo abandonó también. Finalmente, encontró el equilibrio sentimental con otra modelo cuarenta y un años más joven que él, Karen Setzkorn, con la que contrajo matrimonio en 1983 y con la que tendría dos hijos más, Armin y Lara, que nació cuando Barnard contaba setenta y cuatro años de edad.
En 1983, después de trabajar en un hospital de Estados Unidos, abandonó definitivamente el ejercicio de la cirugía, pero a pesar de los achaques, el desprestigio entre sus colegas y la pérdida de popularidad, intentó abrirse nuevos caminos. Hasta entonces había realizado alrededor de 140 trasplantes, entre ellos el del corazón de un mandril a una enferma de veinticinco años que murió a las pocas horas.
A partir de 1987 se dedicó a la investigación médica y dirigió cuatro equipos en el Instituto Max Planck y en la Universidad de Heidelberg, ambos en Alemania, un tercero en la Universidad de Oklahoma, en Estados Unidos, y, por último, otro en Suiza. Esos equipos realizaron estudios orientados a descubrir las causas del envejecimiento de los organismos y los factores biológicos presentes en el feto y que desaparecen al nacer éste.
Además de coordinar esos equipos, se ocupó de su inmensa granja de ovejas cerca de Ciudad del Cabo, donde, además, intentó reintroducir animales salvajes que originariamente ocupaban aquellos parajes. En 1993 publicó su autobiografía, La segunda vida, donde además de hablar de su trayectoria profesional exponía con detalle sus idilios con mujeres famosas. En sus viajes y conferencias insistía en lo que fue la obsesión de sus últimos días: inculcar a la sociedad la necesidad de la donación de órganos.
En marzo de 2001 aún dio muestras de protagonismo al publicar Cincuenta fórmulas para un corazón sano. El 2 de septiembre fallecía en Chipre a los setenta y ocho años de edad, víctima de un ataque de asma, no de un ataque cardíaco como publicó la prensa a las pocas horas del fallecimiento. Ese mismo año, la implantación en un paciente estadounidense del corazón artificial Abiocor como un órgano permanente constituyó un hito que empequeñecía de algún modo la proeza realizada por Barnard en 1967.
Fuente biografiasyvidas.com