En 2013, la revista Science la escogió como el avance científico del año. En 2018, sus “padres”, el estadounidense James P. Allison y el japonés Tasuku Honjo, fueron premiados con el Nobel de Medicina. Son apenas dos de los múltiples laureles que recibió la inmunoterapia moderna por haber revolucionado, en la última década, el tratamiento del cáncer con un cambio de paradigma: en vez de atacar directamente al tumor, hacer que el sistema inmunológico se defienda.
Pero esta revolución recién comienza. Es que mientras muchos pacientes con diferentes tipos de cáncer ya logran vivir más e incluso (algunos) remisiones completas, dos de cada tres todavía no responden a la inmunoterapia. El desafío actual para los investigadores pasa por descubrir cuáles son los mecanismos de resistencia que impiden que sea efectiva en esos casos y desarrollar herramientas moleculares para ampliar el número de pacientes que obtengan buenos resultados. Los científicos también buscan identificar biomarcadores que permitan establecer quiénes podrían beneficiarse de estas nuevas y prometedoras terapias.
El cuerpo tiene mecanismos para defenderse de las agresiones, desde cuadros virales hasta de la presencia de tumores. El problema, en el caso del cáncer, es que los tumores encuentran la forma de evadir ese complejo sistema de defensa: lo bloquean, le ponen frenos, y así las células tumorales consiguen proliferar. Es ahí donde entra en juego la inmunoterapia, al activar (o “empoderar” para usar una palabra en auge) al sistema inmunológico y levantar los frenos que el tumor le pone para impedir que actúe.
A comienzos de esta década se aprobó el ipilimumab, un anti-CTLA-4, el primer mecanismo dirigido a estimular la proliferación y activación de los linfocitos T -los “soldados” del sistema inmunológico- y permitirles así atacar a las células tumorales.
Después vinieron los anti-PD1 (pembrolizumab y el nivolumab), que funcionan bloqueando la unión que le permite a las células tumorales “engañar” a los linfocitos T para que no las ataquen. Al bloquear esa unión, se levanta el freno que el tumor le pone al sistema inmune. También se desarrollaron los anti-PDL1.
En la actualidad, esos medicamentos se utilizan en combinación para potenciar la defensa antitumoral junto con herramientas estándares (cirugía, rayos, quimioterapia) y terapias dirigidas.
Una de las principales fortalezas de la inmunoterapia es que un mismo medicamento sirve para distintos modelos tumorales. Las diferentes terapias ya se utilizan en pacientes con melanomas, cáncer de pulmón, tumores gástricos, de riñón, de la unión gastroesofágica, genitourinarios, de cabeza y cuello, en quienes generan una respuesta duradera e incluso remisiones completas. Para muchos de esos tumores no había novedades terapéuticas desde hacía décadas.
“La inmunoterapia hizo un cambio radical en la oncología moderna - afirmaba en una entrevista con Clarín Matías Chacón, presidente de la Asociación Argentina de Oncología Clínica-. Los mejores resultados se están viendo en melanoma, cáncer de riñón y de pulmón. “Lo primero que se ve es remisiones completas, que antes en este grupo de pacientes no se obtenían. Remisiones parciales (reducción parcial del volumen tumoral) y estabilidad del tumor durante muchísimo tiempo. Y lo que se ve a lo largo de las inmunoterapias es entre un 20 y 30% de pacientes supervivientes a largo plazo, a muchos años. Eso es lo que cambia radicalmente la historia de la oncología.”
Aumentar el porcentaje de pacientes respondedores es uno de los mayores desafíos.