Durante ocho noches, las familias judías encienden una vela en la menorá. La “Janukiá” es el candelabro de ocho brazos alineados y suficientemente separados entre sí en donde se posan, progresivamente, cada una de las velas que se encienden por noche y que recuerda el milagro y la perseverancia de su pueblo durante el asedio seléucida al Templo de Jerusalén. Cada noche cada familia va sumando una vela más, acompañada de oraciones y cantos tradicionales. La intención de las velas no es iluminar dentro del hogar, sino fuera, para poder compartir y expandir su luz. Por esto, las luminarias se ubican en una ventana, o cerca de una puerta que de a la calle.
La comida, los regalos y los juegos compartidos en familia durante la festividad
Aunque el ritual religioso es de gran trascendencia, Janucá es un tiempo en el que se exalta la unión familiar y también un tiempo de celebración. El juego más habitual es el dréidel (en ídish) o sevivón (en hebreo) un trompo o perinola con una letra del alfabeto hebreo grabada en cada uno de sus cuatro lados, formando juntas el acrónimo «un gran milagro ocurrió allí» en su versión diaspórica o “un gran milagro ocurrió aquí” en su versión israelí.
Entre las recetas culinarias típicas, encontramos delicias como los latkes (torrejas fritas de papa y cebolla) y las sufganiot (bollos de masa dulce, fritos y rellenos con crema, mermelada, miel, chocolate o dulce de leche, cubiertos con glaseado). El ingrediente en común de estas preparaciones es el aceite: Consumimos alimentos a base de aceite como símbolo de recordación al milagro del mismo.
Aunque es uno de los jaguim más populares, Jánuca es una festividad menor en términos religiosos si se la compara, por ejemplo, con Pesaj o Iom Kipur.
La historia de Janucá es también el reflejo de la lucha por la libertad y la identidad cultural de los judíos.