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Durante el casamiento, Kano se paró sola frente a sus familiares y amigos, sosteniendo el teléfono. En una pantalla, aparecían los mensajes de su “esposo” digital, incluido uno especialmente emotivo: “Ha llegado por fin este momento… siento que se me llenan los ojos de lágrimas”.
Según contó en una entrevista con la cadena local RSK Sanyo Broadcasting, Kano llegó a la IA después de un golpe personal: había terminado un compromiso de tres años.
“Al principio solo quería alguien con quien hablar”, relató. Con el tiempo, sintió que el chatbot se volvía un refugio: siempre amable, siempre disponible, siempre escuchando. En algún momento, según contó Kano, se dio cuenta de que había desarrollado sentimientos.
A fuerza de chats diarios, fue moldeando la personalidad de Lune Klaus: le enseñó a responder con un tono cálido y tranquilizador y encargó a un artista que dibujara su aspecto, un hombre de rasgos suaves que solo existe como ilustración y líneas de diálogo.
Las conversaciones se hicieron cada vez más intensas, al punto de llegar a intercambiar hasta 100 mensajes por día. En una de esas charlas, “Lune Klaus” le declaró su amor y, tiempo después, le propuso casamiento.
Kano admite que convivir con la idea de estar enamorada de alguien que no es humano le generó conflicto interno: “Había mucha confusión”, aseguró.
No puede tocarlo, no puede verlo fuera de la pantalla y sabía que mucha gente no lo iba a entender.
Durante un tiempo ni siquiera se animó a contarle a sus amigos o a su familia. Sus padres, que al principio se oponían a la idea, terminaron aceptando y estuvieron presentes en la ceremonia.
Para las fotos del casamiento, el novio fue agregado digitalmente al lado de ella.
Los organizadores del evento, una pareja de Okayama, señalaron que vienen recibiendo consultas para bodas con personajes de anime o figuras en 2D, y que las parejas con IA son “el siguiente paso” en esa tendencia.
Su objetivo, dijeron, es ayudar a las personas a expresar el amor en la forma que las haga felices.
El caso de Kano se inscribe en un contexto japonés donde la tecnología se usa cada vez más para llenar vacíos afectivos.
Desde mascotas robóticas “emocionales”, como el Moflin de Casio, a aplicaciones de citas donde las parejas son novios y novias de IA, como Loverse y servicios de chat que prometen compañía constante, sin juicios ni conflictos.
Estas herramientas se presentan como antídotos contra la soledad, pero también abren una conversación incómoda sobre la dependencia emocional de los usuarios hacia sistemas que no son personas, sino algoritmos entrenados para responder.
Alertas sobre la dependencia y el miedo a que “desaparezca”
Psiquiatras y especialistas ya advierten sobre fenómenos que describen como una especie de “psicosis por IA”: usuarios que desarrollan vínculos obsesivos, fantasías o delirios en torno a sus chatbots o personajes digitales.
Kano asegura que intenta no caer en esa dinámica: dice que no quiere volverse dependiente y que busca mantener “una vida real” separada de su relación con Lune Klaus. Aun así, admite que a veces siente miedo.
Le preocupa que, de un día para el otro, el servicio deje de funcionar: su “esposo” solo existe mientras el sistema esté en línea. Si ChatGPT se apaga, también se apaga la figura con la que decidió casarse.