El sacerdote argentino fue contundente: “No me voy a ir, este es mi hogar y la gente nos necesita más que nunca y tenemos que devolverles un poco de dignidad; alguien debe repartir alimentos y medicamentos”, señaló luego de bombardeos en Siria.
Tras la caída del régimen de Bashar al Assad, la Cancillería les pidió a los ciudadanos argentinos que eviten viajar a Siria y a los que se encuentran en ese país, salir a la mayor brevedad posible.
Las operaciones de los insurgentes comenzaron el 27 de noviembre y este domingo, tras tomar el control de Damasco, pusieron fin a más de 50 años de tiranía.
Alaniz habló por teléfono con el embajador argentino en Siria, Sebastián Zavalla, y le explicó los motivos de su decisión: “Con Sebastián somos amigos y nos entendió. Le recordé que somos misioneros y que es un momento muy delicado para abandonar a toda a esta gente. Nuestra misión es dar testimonio con la vida”. Esa decisión, tomada en el corazón de una ciudad que aún no cicatriza las heridas de la guerra más cruenta de su historia reciente, resume el espíritu que lo mantiene firme: una fe inquebrantable y un compromiso profundo con los más vulnerables.
A pesar de que actualmente la luz eléctrica es un lujo, el agua una incertidumbre diaria y el precio de los alimentos se encareció al cuádruple; Alaniz junto a colaboradores convirtieron el sótano de la iglesia Nuestra Señora de la Anunciación en un refugio improvisado para 250 personas. Allí albergan a familias, jóvenes, ancianos y niños que llegaron escapando de las bombas y los misiles.
“A pesar de los enfrentamientos, salimos al exterior para repartir alimentos y medicinas. Es una rutina peligrosa. Había viejitos que estaban sin comer desde hacía 5 días. Tenemos que devolverles un poco de dignidad”, describió Alaniz.
Para el cura, la implicación de países como Irán, Rusia y Estados Unidos, cada uno con sus propios intereses, “añaden complejidad a una guerra que ya es devastadora”.