El día que Boca detuvo al mundo: cuando venció al Real Madrid en Tokio
Boca le ganó al Real Madrid la final de la Intercontinental un 28 de noviembre del 2000. El equipo de Bianchi tocó el cielo con las manos.
Hubo una noche del 28 de noviembre del 2000 en la que el tiempo se inclinó ante un equipo argentino en la Intercontiental. Fue en Tokio, cuando Boca entró al estadio como un desafío al destino y salió como una leyenda escrita a fuego, nada menos que ante Los Galácticos del Real Madrid. En seis minutos, mientras Europa bostezaba confiada, Martín Palermo detonó dos bombas capaces de romper continentes y certezas. Fue el rugido de un gigante que no admite soberbias ajenas.
El cielo japonés, frío y cristalino, fue testigo de un Boca que se movía con la precisión de quienes conocen su misión. Riquelme, en estado de gracia, tejía hilos invisibles para mover el partido como si fuese un poema táctico. Y Bianchi, imperturbable, recitaba silenciosamente la sinfonía que ya había ensayado en el alma de sus jugadores. Esa noche, el fútbol tuvo dueño, y se llamaba Boca Juniors.
La previa de Boca vs. Real Madrid: viaje al borde del mito
Antes incluso de la pelota, ya había épica: el aclimatamiento al frío japonés, las molestias de Riquelme que amenazaban su presencia, la calma estratégica de Bianchi ante un Real Madrid repleto de estrellas. Boca sabía que no enfrentaba a un rival, sino a un símbolo: "Los Galácticos”, con Figo, Roberto Carlos, Hierro, Raúl y un aura de poder casi intimidante.
Pero desde el primer entrenamiento en Tokio quedó claro que el plantel argentino entendía lo que se jugaba. “En cinco días podemos ser Dios o el Diablo”, había dicho Bianchi. Y el grupo eligió la divinidad del sacrificio, el rigor y la convicción. Bermúdez, capitán de hierro, decía que no era “el partido de su vida”, sino otro capítulo más en la historia que Boca estaba escribiendo. Una frase que hoy, vista en perspectiva, preanunciaba grandeza.
El plan del Virrey en Boca: ciencia, fe y coraje
Bianchi no ganó por sorpresa: ganó por diseño. Sabiendo que debía frenar la potencia ofensiva del Madrid, ajustó nombres y funciones. Matellán entró para anular a Figo, los mediocampistas fueron convocados a un despliegue impecable y el equipo se paró con la fe de quienes conocen cada centímetro de su valor colectivo.
Cuando el Madrid intentó reaccionar, Boca ya tenía el partido moldeado a su imagen. Línea compacta, presión quirúrgica, contragolpes que nacían en la magia de Riquelme y morían en la furia goleadora de Palermo. Roberto Carlos descontó, sí, pero nunca logró quebrar el pulso emocional de un Boca programado para resistir y herir.
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Declaraciones que quedaron grabadas tras el 2-1 de Boca ante Real Madrid
El pitazo final desató un torbellino. Bianchi, fiel a su estilo, dijo: “Soy egoísta… se lo dedico a mi familia y a mí. Hoy Boca demostró que no es menos que nadie en el mundo”. El Virrey sabía exactamente el peso de lo que había conseguido: había derribado al equipo más poderoso del planeta con el orden y la determinación de un campeón sudamericano.
Los años trajeron confesiones. Morientes admitió que los dos goles tempranos fueron “una montaña imposible”. Hierro recordó que Riquelme “los hizo sufrir como pocos”. Desde aquel día, Boca se ganó un respeto que incluso el Madrid reconoció a posteriori, en voces que hoy suenan con nostalgia y admiración.
Legado de fuego: la conquista de Boca que no envejece
Boca no solo ganó una copa: ganó un lugar en el imaginario universal del fútbol. Ese 28 de noviembre de 2000, el club argentino no se midió con un rival: se midió con la historia. Y la venció. La dupla Palermo-Riquelme quedó tallada para siempre en la memoria, como si ese partido hubiera sido un manifiesto sobre lo que significa creer.
Para el hincha, la postal nunca envejece: Tokio, la camiseta azul y oro vibrando en el frío, y ese marcador que parece irrepetible pero que vive cada año con igual fuerza: 2-1. Para el mundo, fue el recordatorio de que en el fútbol aún hay espacio para lo impredecible, para lo heroico, para lo que desafía la lógica.